domingo, 9 de agosto de 2009

EL POZO





Sabia que esa tarde, era la tarde esperada, la inicial, la que tantas veces pensó, y no se atreviera. Intuía fuertemente que cruzar esa calle no tendría ya retorno, que abriría esa puertas tantas veces como tantas su esencia de hembra le pidiera.

Era pertenencia desganada de un vulgar mequetrefe cualquiera. Mucha mujer, dirían en el barrio, para tan poco semental. No falto el que dijo, más que reproductor, matungo viejo.

Las apuestas de cuanto duraría su fidelidad forzada corrían con extraordinaria rapidez. Salvo su esposo, envejecido prematuramente por un trabajo que lo consumía, todos conocían que mas temprano que tarde el volcán entraría en erupción. Es que detrás de la postura de mujer sumisa, todos veían una yegua desbocada en el deseo. Con rápidas miradas alentaba las fantasías de cada macho y muchas mujeres de este barrio.

Pero ya sabía quien seria el primero que gozaría de su entrega. Fascinada por el despertar de su instinto de cazadora nata, comenzaron los juegos de seducción. Un momento primero, inaugural, unos ojos que consumen a un hombre ávido, los movimientos de este, sus excusas, el acercamiento que ella demoraba hábilmente, su bien disimulada coquetería, el roce, hacían que este primer hombre elegido aguantara sin aguantar.

En la cocina de la casa, mientras jugaban una partida de cartas, el primer acercamiento, El se acerco apoyando su miembro erecto entre sus nalgas acaloradas. Lo dejo unos instantes y lo aparto casi ofendida. Se sonrió quedamente, él estallaba por poseerla. Se sentía con derecho. Lo rechazo, el intento tomarla con sus grandes manos de los brazos, busco sus piernas y con enojo ella lo retiro. “Soy mujer casada, respete” le dijo.

Volvieron al juego de naipes, el no disimulaba, hasta decirle casi provocativo al marido, “que pedazo de yegua”. El solo dijo, pero tiene dueño.

Al regresar de su recorrido por los campos, propiedad de un hombre adinerado de la ciudad, un mediodía cuando por el calor la gente se ha evaporado de las calles la vio. Estaba en el vano de la puerta, ropa casi transparente, por los rayos del sol, adivino cada curva y orificio, cada protuberancia de ese cuerpo que lo anulaban.

Ella le sonrió, el quedo parado sin saber que hacer, esa voluptuosa figura femenina cruzo la calle, el abrió la puerta, detrás suyo ingreso el objeto màs deseado. Quizo ser seductor, pero ella lo aparto, se empezó a desvestir y busco la habitación. Primero paso al baño. Juan sentio el agua que corría, solo le quedaba su calzoncillo puesto, esperando sentado en la cama. Apareció ella con el cabello suelto, unos tiras en las tetas y un hilo por tanga, entrando en la habitación y riéndose en su cara. Que le pasa, quedo tarado, nunca vio una mujer, le dijo en medio de una carcajada que lo golpeo y lo hizo sentir menos hombre de lo que se jactaba.

Fueron unas horas en las que perdió el sentido de lo que esa mujer hizo con su sexo y sexualidad. Solo recordaba que en un momento ella dijo, “basta por hoy!” y sintió que su apetito estaba a abierto, que saciarlo en interminables horas era lo que quería. Pero no eran los designios de Claudia, asi se llamaba. Se vistió y se marcho, sacando plata de su billetera.

En el segundo encuentro, ese que tanto se hizo esperar, el le menciono que la quería para siempre con el. Ella casi no le presto atención. El desarrollo un precario plan, llevar al marido de paseo a los campos, en uno había un pozo de liquido espeso, donde en épocas de los milicos se comentaba habían tirado cuerpos sin que aparecieran. No sabía si era verdad, lo de los cadáveres, pero que cosa que caía ahí era devorado seguro. Como en mis garras, le dijo riéndose ella. Si, pensó Juan, pero va a ser mía.

Ella le dijo que si lo había pensado no le contara màs, que no quería saber, que en el fondo el esposo le causaba pena, es tan crédulo el pobre, menciono con cara de aflicción. Lo que vaya a hacer hágalo sin mi. Le pidió que fuera inteligente y que las razones que le dieran fueran convincentes, que una vez llegados al lugar el merodeara el pozo para no hacer que el desconfiara. Juan prometió que asi lo haría.

Días después empezó a conversar con Vicente y a interesarlo por esos campos, se puede emprender algo, el dueño no viene hace años. Solo deposita mi sueldo y sabe que los campos están bien. Cuando va a venir avisa con unos meses de anticipo, todo por telegrama, ni nos conocemos las caras.

Después de algunas charlas màs acordaron ir en el auto de Vicente hasta allá, Juan se ofreció a llevarlo en el suyo, pero Vicente orgulloso dijo que no, que de la única forma era con el coche de él, mi coche es como mi mujer dijo, va donde yo voy. A Juan se le iluminaron los ojos.

Cuando llegaron le mostró la zona, fueron acercándose, Vicente miro el pozo y pregunto si era el del petróleo. Si, me parece, pero no se acerque por ahora, no me interesa ver como es, bueno, mire desde aca se ve el fondo… Juan desapareció, Vicente tiro una piedra hacia el fondo, como lo había empujado a su vecino. Miro hacia todos lados, tomó el auto de regreso, llego a su casa, la vio a Claudia y le dijo, tenias razón, el pozo ese te traga, pobre infeliz no sabe que la confianza mata y embaraza.

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