jueves, 10 de julio de 2008

EL POTRERO


PINTA TU ALDEA

Parado frente a un inmenso edificio, sentí la sensación que envuelve a los personajes de kafka, ante algo que sentía que me superaba. Lo mire detenidamente como no entendiendo que hacia él allí, o si yo me había equivocado de lugar. No, efectivamente estaba y era el lugar correcto.

Me remonte a los días de mi infancia y adolescencia, donde en ese mismo terreno construimos la canchita de fútbol. Trabajamos de sol a sol para dejar con el pasto corto el terreno grande y amplio que la manzana del barrio nos regalaba. Cortamos los matorrales, sacamos la basura, alisamos el terreno, y empezó a aparecer la materia prima de un potrero. Casi con el césped a altura razonable, la ansiedad nos gano y jugamos el primer partido, la ropa hizo de señalador de los arcos, portería que decía el hijo del gallego, y corrimos detrás de una pelota de plástico durante horas hasta que nos llamaron nuestros familiares.

Durante una década anduve por el mismo, jugando, lastimándome, haciendo amigos entrañables, peleando, jugando torneos, hasta que llego un representante y me llevo a jugar en San Lorenzo de Almagro. Ahora volvía de tanto en tanto, en San Lorenzo me cuidaban, no querían que me lesionara, tenia 17 años y mi pase valía un millón de pesos, yo no veía un peso, en mi casa sobraba fútbol y faltaba lo elemental a veces.

Y me gano la política, a punto de cumplir los 18 empezaba el campeonato de tercera, renuncie a mi manera. Habían prescindido del viejo director técnico, Don Ernesto Duchini, y vino otro con ínfulas fundacionales, lo escuche, había jugado seis años, cuatro campeonatos ganamos, tres veces goleador de los torneos de inferiores, no me cambie, el rival era Racing Club, mi tío había ido a verme ganar otra vez, se lo había prometido, pero no fue. Me increpo el técnico por no cambiarme rápido me dio mi camiseta, se la devolví de malas maneras, y me fui para siempre de ese club, escribiendo en un baño, ¡Viva Don Ernesto! Firmado el negrito. Mi tío me entendió. Volví al potrero, pero ya la militancia me hervía en la sangre, después… solo existió ese lapso llamado, el después, que nunca se llena.

A los 54 años volví a mi barrio, a ver a mi vieja tía, y al potrero. Mi tía esta bien, el potrero, ya no es potrero, ahora es una mole de cemento. Patee una piedra y casi hago un gol, lo que pasa es que me corrieron el arco.

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